La Vega

La lucha por la vida: bosques que mueren en La Vega

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Por Winston Hernández

La batalla por la vida se libra cada día en La Vega, una ciudad que está perdiendo aceleradamente sus bosques, especialmente en las zonas altas de la cordillera Central. Allí nacen la mayoría de los principales afluentes hídricos de la región, los cuales están amenazados por la tala indiscriminada y el desmonte de árboles que alguna vez fueron guardianes del agua y del equilibrio ecológico. La desaparición de los bosques es, en esencia, la sentencia de muerte de la fuente principal de vida: el agua.

Las autoridades continúan otorgando permisos para desmontes forestales, incluso en zonas donde ya no se observa cobertura boscosa significativa. No se realizan estudios rigurosos para determinar la capacidad de regeneración de los ecosistemas. Por ejemplo, la tala de pinos ha reducido drásticamente esta especie en zonas como la loma de Guaigüí y a lo largo de la carretera Federico Basilis. Lo que antes era un verde paisaje boscoso ahora se presenta como un terreno árido y polvoriento.

Recuerdo con nostalgia la década del 90, cuando todo el entorno de La Vega estaba cubierto de bosques de pinos, arroyos cristalinos y nacimientos de ríos. En Terreor, el Chorro era una joya natural; y el nacimiento del río Pontón tenía una pequeña represa que abastecía de agua a la comunidad hasta mediados de esa década. Hoy, ese caudal ha disminuido a un triste arroyo que ni siquiera puede suplir las necesidades mínimas de la producción agrícola local.

Según datos del Ministerio de Medio Ambiente, República Dominicana pierde cada año entre 20,000 y 30,000 hectáreas de cobertura boscosa debido a actividades humanas, entre ellas la agricultura extensiva, la tala ilegal y la ganadería. La Vega no ha sido la excepción. Propietarios de fincas, ante la falta de agua para el cultivo, han optado por convertir sus tierras en zonas ganaderas, lo que agrava aún más la situación de deforestación y pérdida de biodiversidad.

En las primeras décadas del siglo XXI, apenas quedaban unos pocos árboles de pino, muchos de los cuales se encuentran protegidos en propiedades privadas como la de un ciudadano japonés que los defiende con valentía. La carretera vieja, que cruzaba por El Tanque, fue la vía usada para el transporte de madera, facilitando así la destrucción del bosque que una vez se extendía hasta María Auxiliadora.

En esas áreas abundaban especies endémicas como el guano, lirio, jaquey, guaconejo, tarana, roble, algarrobo y almácigo. Todas estas especies formaban un dosel forestal que ofrecía sombra, frescura y belleza a nuestra ciudad. Gracias a estos bosques, La Vega no sufría de calor extremo ni de escasez de agua potable. El acueducto del Tanque era suficiente para abastecer toda la ciudad.

Hoy la realidad es otra. El cambio climático, potenciado por la deforestación, ha aumentado la temperatura media en la región y reducido la cantidad de lluvias. Las fuentes acuíferas se han secado o disminuido, y los acuíferos subterráneos se recargan cada vez con más dificultad. La escasez de agua ya es una realidad en comunidades como Guaco, El Pinito, Palmarito y Las Maras.

El agua es vida. Sin ella no hay agricultura, no hay salud, no hay desarrollo. Las proyecciones indican que si no se detiene la destrucción de los bosques en la parte alta de La Vega, en menos de 20 años podríamos enfrentar una crisis hídrica irreversible. Es urgente aplicar una política de reforestación con especies nativas y endémicas, establecer áreas protegidas reales, y garantizar que ningún permiso de tala se emita sin una evaluación de impacto ambiental seria y participativa.

La lucha por la vida no es una metáfora. Es una alarma que clama por acciones concretas. La Vega tiene que defender sus bosques si quiere conservar su identidad, su agricultura y, sobre todo, su agua.

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